Burnout en el trabajo - ¿Tengo la culpa?

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Selda Schretzmann
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Sohrab Salimi
10.10.25
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El agotamiento aumenta. Los límites se desdibujan. Y demasiadas personas lo consideran normal.
En mi columna mensual más reciente para el Kölner Stadt-Anzeiger pregunto qué nos revela realmente el burnout sobre nuestras decisiones, nuestros hábitos y la responsabilidad que tenemos por nuestro propio equilibrio. Porque el verdadero rendimiento no surge de la presión infinita, sino del descanso, la claridad y el cuidado.

El burnout no es una moda. He visto a personas que, de un día para otro, ya no podían continuar. Fuera del trabajo, fuera de sus rutinas, durante meses. Algunas nunca regresaron del todo. Yo misma he sentido las primeras señales de alarma: inquietud interior, fatiga constante, inestabilidad emocional. Es un proceso lento que a menudo pasa desapercibido hasta que es demasiado tarde. Aun así tratamos el burnout como si apareciera de la nada. En realidad, suele ser el resultado de muchas decisiones pequeñas que tomamos —o evitamos— cada día.

Las cifras muestran la magnitud. Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor del 15 % de las personas empleadas en el mundo presenta síntomas claros de burnout. En Alemania, casi el 30 % se siente permanentemente exhausto. Es una crisis silenciosa que atraviesa sectores y jerarquías. Pero la pregunta persiste: ¿somos solo víctimas de este desarrollo o tenemos más control del que creemos?

Por supuesto, las empresas también comparten responsabilidad. La presión elevada, la falta de claridad y el mal liderazgo alimentan el agotamiento. Sin embargo, siendo honestos, la mayor palanca sigue estando en nosotros. Quejarse no cambia nada. Lo que importa es si estamos dispuestos a asumir responsabilidad por nuestro propio equilibrio. Incluso quien trabaja doce horas al día —que debería ser la excepción— aún dispone de doce horas para diseñar conscientemente. La cuestión es: ¿las diseñamos o nos dejamos arrastrar?

Como médica sé que quienes trabajan con conocimiento necesitan recuperarse tanto como los atletas profesionales. Cristiano Ronaldo sigue rindiendo al máximo a los 40, no porque entrene más que nadie, sino porque invierte la misma energía en su recuperación. Nosotros deberíamos hacer lo mismo. El rendimiento real solo es posible cuando nos tomamos el descanso en serio y lo planificamos de forma intencional.

La buena noticia es que lo esencial para protegernos del burnout no cuesta nada. Dormir es la forma más efectiva de reducir el estrés. Dormir entre siete y nueve horas por noche no es un lujo, sino la base del rendimiento mental y físico. Comer sano no tiene por qué ser más caro que la comida rápida. Al contrario, quien apuesta por ingredientes frescos y sencillos le da al cuerpo lo que necesita y, a menudo, incluso ahorra dinero. Hacer ejercicio no requiere un gimnasio. Un paseo, una carrera breve o unos minutos de yoga por la mañana bastan. Lo decisivo es la constancia.

Hay otro desafío que muchos subestiman: las pantallas. El tiempo frente a ellas no solo es un problema para los niños. Los adultos también pasan horas por la noche en YouTube o en redes sociales y terminan sin descanso ni aprendizaje. La verdadera recuperación exige disciplina digital. Leer, escuchar música, compartir con la familia y los amigos: eso es lo que realmente recarga.

Suena sencillo, pero no lo es. Requiere disciplina y decisiones claras. Y ahí está la oportunidad. No estamos indefensos. Podemos tomar el control. Las empresas pueden crear el entorno adecuado, pero el sueño, la alimentación, el movimiento y los hábitos digitales siguen siendo nuestra responsabilidad. Nadie puede asumir eso por nosotros. La responsabilidad es nuestra. Sin excusas.

El burnout es real, pero no inevitable. Quien se toma en serio y construye activamente espacios de recuperación puede mantenerse fuerte y sano, incluso en un mundo que no deja de acelerarse. El rendimiento real no surge del estrés constante, sino de la claridad, el equilibrio y el autocuidado.

De la nada no sale nada