Alemania, recuerda quién eres

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Sohrab Salimi
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Selda Schretzmann
10.11.25
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Las excusas crecen. La responsabilidad se encoge. Y demasiadas personas lo consideran normal.

En mi columna mensual más reciente para el Kölner Stadt-Anzeiger me pregunto qué fue de los valores que hicieron fuerte a Alemania: esfuerzo, fiabilidad y responsabilidad compartida. Porque el progreso no surge de las palabras, sino de la acción, el coraje y la contribución.

Primer grado, 1988. Mi maestra reparte los cuadernos de matemáticas. Coloca el mío sobre el pupitre, sonríe brevemente y sigue adelante. Nada extraordinario, y precisamente por eso fue especial. No vio a una niña cuyos padres habían huido de Irán dos años antes. Vio a una estudiante. Importaba mi desempeño, no mi origen. En ese momento supe que pertenecía. No como excepción, sino como parte de la clase.

Al final de la primaria fui la mejor del curso. No porque alguien me facilitara el camino, sino porque se esperaba de mí lo mismo que de los demás. Eso era Alemania para mí: un país que no pregunta de dónde vienes, sino qué puedes aportar.

Mis padres lo entendieron. „Aquí puedes lograrlo todo“, decían, „pero tienes que ganártelo“. Mi padre estudió ingeniería eléctrica en la RWTH Aachen en un idioma que primero tuvo que aprender. Al mismo tiempo trabajaba entre 20 y 30 horas semanales como asistente estudiantil. De noche se sentaba frente al ordenador y programaba. Aún puedo oír el golpeteo del teclado. No solo aprendió alemán, también se enseñó C++ por su cuenta. Sus profesores le daban esos trabajos porque cumplía.

Años después, mis padres fundaron una empresa. Más de cien personas iniciaron allí su carrera, muchas con un trasfondo similar al suyo. Así funcionaba el contrato: Alemania exigía mucho, pero también prometía mucho. Quien contribuye, pertenece.

A los dieciocho sostuve mi pasaporte alemán en las manos. Juré lealtad a la Ley Fundamental: „La dignidad humana es inviolable“. Pero también: „Respetarla y protegerla es obligación de todo poder público“. Derechos y responsabilidades, siempre juntos. Uno no existe sin el otro. Ese pasaporte no fue un regalo. Fue un contrato.

De eso estaba orgullosa Alemania. Del empeño, la fiabilidad y la precisión. De la convicción de que el buen trabajo cuenta sin importar quién lo realice. Mientras Estados Unidos soñaba con el individuo que se convierte en millonario desde la nada, Alemania soñaba con lo colectivo. Con una clase media fuerte. Con la artesanía y la ingeniería. Con una sociedad en la que cualquiera que trabaje duro pueda vivir bien.

Ese era el sueño alemán. No dinero rápido, sino éxito ganado. No redistribución, sino creación compartida. Ludwig Erhard lo llamó „prosperidad para todos“, pero nunca pensó en prosperidad sin rendimiento.

Quien quiera ver hoy ese espíritu que mire a nuestra selección nacional de baloncesto. Campeona del mundo y de Europa con solo una fracción de las estrellas de la NBA de otros países. Dennis Schröder, Franz Wagner, muchos nombres, orígenes distintos, un solo equipo. No gana la mejor individualidad. Gana el mejor colectivo.

Así reconstruimos Alemania tras la guerra. Con pragmatismo en lugar de burocracia. Con valentía en lugar de excusas. Pero hoy parece que lo hemos olvidado.

Hablamos de derechos adquiridos, no de responsabilidad. Preguntamos qué merecemos, no qué podemos aportar. Administramos problemas en vez de resolverlos. Nuestros padres aún conocían la frase „De la nada no sale nada“. Hoy suena anticuada. Mientras tanto, otros países copian justo las virtudes que abandonamos: disciplina, esfuerzo y espíritu comunitario. China es uno de ellos. En lugar de preguntar qué podríamos aprender, explicamos por qué aquí no funcionaría. Demasiado complicado. Demasiado arriesgado. Demasiado incómodo.

Tenemos una excusa para todo, salvo una solución.

También en la política preferimos hablar a actuar. Moralizamos, aleccionamos y exigimos al mundo lo que no cumplimos nosotros mismos. Pero la responsabilidad no empieza en el escenario mundial. Empieza en el espejo. Eso me lo enseñaron mis padres, y también mi maestra. Antes de criticar a otros, pregúntate: ¿Cuál es mi parte en esto? Esa mentalidad no te hace pequeña. Te hace fuerte.

Emprender no significa poseer una empresa. Significa asumir responsabilidad. Por ti, por otros, por el futuro. Seas fundadora, empleado, docente o político. La prosperidad alemana nunca se construyó con buenas intenciones o palabras bonitas. Se construyó con acción. Con personas que no preguntaban qué se les debía, sino qué podían crear. Que no señalaban con el dedo, sino que se remangaban.

Necesitamos de nuevo ese espíritu. El coraje de mejorar las cosas en lugar de criticarlas sin más. La claridad de entender que libertad y responsabilidad van juntas, igual que derechos y deberes. La disposición a tomar decisiones difíciles.

Alemania no tiene que reinventarse. Solo tiene que recordar qué la hizo fuerte. El contrato entre contribución y pertenencia. La idea de que quien aporta, pertenece.

Mi maestra lo sabía. Mi padre lo vivió. Alemania lo hizo posible para mí. \nAhora nos toca a nosotros.

Alemania, recuerda quién eres.